La migración centroamericana, en particular desde Honduras, es producto de la intervención estadounidense en su vida política, económica, militar y social, con intereses de las oligarquías políticas y económicas de ese país. Tal como ocurrió a inicios de los 80 en Guatemala y El Salvador, cuando miles se refugiaron en México, sus conflictos armados fueron producto de la intervención de Estados Unidos.
Por: Carmen Fernández Casanueva, Lindsey Carte y Lourdes Rosas (@LourdesRosas_A)
Del enclave bananero al éxodo forzado hondureño
La migración que hoy se observa entre Honduras y Estados Unidos difícilmente podría entenderse como un fenómeno atemporal y aislado. Bajo esta mirada, podríamos identificar las principales claves en el contexto social, económico y político que dan origen y forma al fenómeno migratorio hondureño, el cual cobra importancia de manera visible en la última década del siglo XX,
Primera clave: A finales del siglo XIX y principios del XX, se instalaron empresas de agroexportación en Honduras, lo que le da la denominación de “enclave bananero”. Este es el punto de donde parte el primer flujo migratorio hacia Estados Unidos.
Segunda clave: El cierre de muchas maquiladoras en esa década de 1990 y la crisis de la industria agroexportadora incrementó la inestabilidad y crisis económica hondureña.
Tercera clave: La ya debilitada economía hondureña sufrió un revés que profundizó la crisis, luego de que en 1998 el huracán Mitch devastara al país.
Cuarta clave: En el departamento de Colón se controlaba a un ejército bien equipado de más de cinco mil soldados estadounidenses y cinco mil hondureños, justificando tal presencia y fortalecimiento militar bajo el discurso de una supuesta protección brindada a Honduras ante la inminente amenaza de una invasión comunista. Ello es muestra clara de que la política estadounidense usó a Honduras como punto estratégico en su lucha anticomunista, para luego retirar a sus tropas al finalizar la guerra fría.
Esta presencia militar y su abrupta salida, la falta de profesionalización de las fuerzas policiales luego de la desmilitarización, en conjunción con la política de deportaciones de centroamericanos desde Estados Unidos -muchos de los cuales se encontraban en prisión y formaban parte de pandillas- dejó en el país un caldo de cultivo para una democracia débil, corrupción y un ambiente violento.
Quinta clave: Antes del golpe de estado del 28 de junio de 2009, durante el gobierno de Ricardo Maduro (2002-2006), se instauró la política de mano dura en concordancia con el discurso político y mediático que culpaba a miembros de las maras por el aumento de la violencia en el país. Como parte de esta política de cero tolerancias se borró una vez más la línea divisoria entre militares y policías, lo que contribuyó a potenciar su impunidad y la violencia en contra de los jóvenes.
Desde 2005, con la gestión de Manuel Zelaya del Partido Liberal, se cambió esta política a una enfocada en la prevención, pero los intentos por combatir las causas de raíz eran mínimos comparados con lo profundo y arraigado del problema, la pobreza, la falta de oportunidades y el aumento de la violencia vinculada a la impunidad y la corrupción.
Luego del golpe, la influencia estadounidense -la de la oligarquía y la del ejército- se fortalecieron para favorecer sus propios intereses y fomentar la corrupción y el poder del narcotráfico en el país. Se cancelaron políticas sociales encaminadas a aminorar los índices de pobreza, y se vigorizó un proceso de militarización mediante la creación de la nueva Policía Militar de Orden Público (PMOP).
Así, en la Honduras postgolpista se evidencia que las personas migran a causa de un contexto cada vez más violento originado desde el Estado y la expansión del poder que han adquirido las pandillas conocidas como Maras que tienen el control de gran parte del territorio de ese país, causando miles de muertes sin frente a la omisión del Estado. Durante estos años el movimiento migratorio hacia Estados Unidos cobró fuerza, pero sobre todo, diversificó sus causas de manera notoria, pues si bien la violencia ha sido motivo de migración desde la década de 1990, esta no era la causa principal entonces.
A río revuelto ganancia de pescadores
Podríamos especular sobre quiénes están atrás de la presente caravana como han hecho en estos días diferentes líderes de opinión en el tema migratorio. Sin embargo, no tenemos evidencias duras para decir que esta es producto de un complot. Lo que sí sabemos es que si alguien está aprovechando esta situación es Trump y su Partido Republicano, quienes rápidamente se “apropiaron” de la caravana para instigar el miedo y la xenofobia en los votantes norteamericanos, de cara a las elecciones intermediarias del 6 de noviembre. Estas elecciones tienen el poder de cambiar la composición del senado y el congreso, logrando una mayoría del Partido Demócrata. La agenda política de Trump está en riesgo.
Trump y los republicanos utilizan el tema de la migración para animar a su base política, en la cual hay apoyo entusiasta a medidas draconianas para restringir la llegada de migrantes a territorio norteamericano. Este año las elecciones son clave y la competencia es feroz.
Las continuas declaraciones exageradas y sin fundamentos de Trump alientan la xenofobia y el nacionalismo. Es una retórica que fácilmente podríamos desmentir, pero para su base política, sus palabras son ciertas. Que son “ilegales”, que “hay personas del Medio Oriente entre ellos” (sinónimo de “terrorista” en el idioma de Trump), son parte del discurso con que Trump se apropia y aprovecha la caravana y la desesperación de hombres, mujeres, niñas y niños huyendo de la violencia en búsqueda de protección internacional. La intención es manipular al público con su discurso del miedo, lo que es por demás ventajoso para su agenda política. Si los republicanos ganan y la agenda de Trump se valida por completo, podríamos esperar medidas antinmigrantes extremas.
La caravana de miles de personas desesperadas que está saliendo de las peores condiciones de violencia en uno de los países más pobres de América Latina, quizá no alcanza a dimensionar que su éxodo al norte está beneficiando al mandato de un líder que apoya las políticas migratorias más crueles. Muy probablemente tampoco llegan a identificar a lo que se están exponiendo y eso es no sólo trágico, sino muy preocupante.
La oportunidad de una respuesta distinta
Es claro que las medidas draconianas en 2014, que llevaron a registrar en ese año 105,303 eventos de deportaciones de centroamericanos desde México, y que a principios de este año, en Estados Unidos, causaron la separación de niños migrantes que llegaron a su territorio junto con sus padres, con impactos atroces para miles de familias, no han desmotivado, ni desmotivarán la expulsión forzada de personas.
En el contexto actual de las migraciones internacionales, Honduras, Guatemala y El Salvador, tienen que mirar hacia dentro de sus fronteras y atacar de fondo las causas estructúrales que originan la migración forzada. Más allá del derecho a migrar, existe el derecho a no migrar y a vivir en condiciones dignas en un marco que garantice los derechos humanos fundamentales.
Por su parte México tiene la oportunidad de mostrar al mundo la solidaridad y responsabilidad que se debe tener con las personas que transitan por su territorio y con las que deciden comenzar una nueva vida en él, o por el contrario seguir la política de criminalización de las personas migrantes que predomina actualmente.
El éxodo de los hondureños plantea nuevamente al Estado mexicano una responsabilidad regional; una oportunidad para mostrar liderazgo, dado que ocupa un lugar geopolítico determinante para los flujos de Centroamérica. Esta responsabilidad abarca los más de 3000 km entre sus fronteras sur y norte, que separan a las personas de ese futuro incierto.
* Carmen Fernández Casanueva es profesora-investigadora de CIESAS Sureste (@ciesas). Lindsey Carte es investigadora de la Universidad de la Frontera, en Temuco, Chile. Lourdes Rosas es activista y consultora en Inclusión y Equidad (@inclusionyequi).
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