Opinión – Dra. Marianela Denegri: “La pandemia en el ojo crítico de las Ciencias Sociales”
Abordar y comprender los efectos de una epidemia y especialmente de una pandemia global, no puede hacerse desde una sola dimensión, ya sea esta sanitaria, política o económica. Ello porque junto a la dimensión sanitaria, coexisten discursos y representaciones que se elaboran en y sobre las epidemias, y que contrastan el papel que juega el saber experto frente al lego en su tratamiento, las decisiones políticas y económicas que se implementan o las tecnologías que se despliegan para vigilar y atender al fenómeno.
En general, una de las aproximaciones hacia las características psicosociales y comportamentales y su significado para la población, es considerar a las epidemias como lo que Dupuy (1999) denomina un “fenómeno de pánico”, que implica que cuando irrumpe la noticia de un posible contagio masivo, las masas se individualizan y el orden social se fragmenta. Aparece la irracionalidad, el miedo y el pánico, y eso hace que la gente actúe menos racionalmente, lo que es problemático cuando se necesita que la racionalidad aumente para desarrollar comportamientos de cuidado individual y colectivo. Esta primera lectura del fenómeno tiene diversos fundamentos. Unos en el sentido común y lo que llamaríamos instinto de supervivencia, otros en la historia y curiosamente también en la etimología. En términos etimológicos la palabra epidemia (epi-demos) puede traducirse como “contra el pueblo” o “contra la gente”. Es decir, la epidemia golpea la vida humana en tanto que vida individual y colectiva, y la transforma peligrosamente e incluso la destruye. En ese sentido, resulta interesante acudir a lo que Hipócrates (460-377 a. C) pensaba de las epidemias. Para él, las epidemias no eran necesariamente una infección en sí misma, sino más bien, la condición en la que tal infección comienza a ser sostenida en común, afectando no sólo a individuos, sino a la totalidad del colectivo o pueblo (demos), señalando además que éstas tenían un origen ambiental en vez de atribuirlas a un mandato divino (Joly, 1966).
Otra dimensión del análisis se sitúa en la relación entre las pandemias y lo que Foucault (2006) llamo la biopolítica o la relación entre la política y la vida vinculada a la función reguladora y protectora del Estado, ejercida a través del biopoder para regular la sociedad en varios aspectos de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Un ejemplo de lo anterior son las políticas de bienestar social, que deciden a quién proteger o no proteger dentro de la población. En el caso de las pandemias, la biopolítica y el biopoder se ejercen en momentos en los que el elemento patógeno convierte a los cuerpos de las personas en objetos que deben ser vigilados y controlados, porque corren riesgos o porque ellos mismos se convierten en foco y vector de riesgo como en el caso de los contagiados, que pasan a formar parte de colectivos enfermos sobre los cuales actuar. La pandemia cambia la forma en que nos relacionamos con nuestros cuerpos, porque ellos se convierten en una amenaza para nosotros mismos. En este contexto, la epidemia es definida como un desafío político, sanitario y económico y su contención, su manejo y las medidas de prevención obligan al ciudadano a ceder derechos y los especialistas y políticos comienzan a dictar las prácticas adecuadas para regir su vida sobre aspectos tan cruciales como el término o prolongación de la vida mediante acciones sanitarias y sociales, determinando el curso de la vida como tal y el tipo de vida que las personas pueden o no vivir.
Nos encontramos así con la otra cara de la biopolítica, que es la necropolítica (Mbembe, 2003) o el derecho de los estados para decidir quien vive o quien muere. Las pandemias desnudan las brutales diferencias sociales que arrastran nuestras sociedades y que permanecen silenciadas o normalizadas, sin embargo, en momentos de crisis como esta, emergen con su cara más brutal, especialmente por el hecho de que el virus no afecta a todos por igual. Y allí el debate se centra en a quienes priorizar el tratamiento, por ejemplo, entre jóvenes y adultos mayores por sus años futuros de productividad, o a quienes exponer al virus para evitar daños en la estructura de un modelo económico. Todo ello, con la premisa implícita de que la economía no puede detenerse incluso si parte de la población necesita morir para garantizar su productividad. Como señala dolorosamente Mbembe, se instala una lógica del sacrificio que siempre ha estado en el corazón del neoliberalismo, porque este sistema siempre ha funcionado con un aparato de cálculo. La idea de que alguien vale más que otros y que los que no tienen valor pueden ser descartados, también es señalada por Bauman (2005) al referirse a los pobres como los excluidos del consumo y que pasan a constituir una infraclase sin poder ni derechos, situación que siempre afecta a las mismas razas, las mismas clases sociales y los mismos géneros.
Otro aspecto que debemos analizar desde la óptica de las ciencias sociales y especialmente desde la psicología, es el impacto en la vida psicológica y salud mental de los individuos (Brooks et al., 2020). Estos efectos, como lo muestran las investigaciones en otras pandemias, destacan una alta prevalencia de síntomas de angustia y trastornos psicológicos. Dentro de estos síntomas destacan alteraciones emocionales, depresión, aumento del estrés, bajo estado de ánimo, irritabilidad, insomnio, ira inmotivada y agotamiento emocional. Este impacto en la salud mental no solo permanece durante la pandemia, puede prolongarse incluso hasta un año después de superada y algunas personas pueden mostrar síntomas de estrés postraumático. A ello, es importante agregar un efecto diferenciado por clase social como ya lo señalábamos, porque en los segmentos populares se suma la precariedad económica, el hacinamiento y la incerteza del futuro y por género, dado que especialmente las mujeres son afectadas de manera más pronunciada, porque muchas deben mantener su trabajo con teletrabajo u otras modalidades, y al mismo tiempo hacerse cargo de los deberes domésticos y de la supervisión de tareas y aprendizaje de sus hijos en edad escolar. Ello plantea el desafío de instalar medidas de contención que aminoren el impacto psicológico de la pandemia durante su desarrollo, pero también la necesidad de garantizar que se implementarán medidas efectivas de reparación una vez terminada.
Finalmente, un aspecto crucial que determinará gran parte de los efectos psicológicos y también del comportamiento de adhesión a las medidas de cuidado sanitario individual y colectivo, se relaciona con dos factores clave, que son la confianza que generan quienes tienen la responsabilidad de manejar la pandemia, y la coherencia de las informaciones y medidas adoptadas. La confianza es un elemento esencial, porque las pandemias son problemas de salud pública y su abordaje es colectivo; para sortearlas se depende del resto: de que el de al lado se lave las manos, de que el que viajó y podría haber estado expuesto al virus guarde la cuarentena, pero también se basa en la confianza social en las autoridades y en su capacidad para tomar decisiones en función del bien común y el resguardo de la vida de toda ciudadanía sin distinciones. Cuando en una sociedad hay una crisis de confianza, ésta afectará severamente la adhesión y cumplimiento de las directrices emanadas de las autoridades políticas y sanitarias. Por otra parte, el segundo factor tiene que ver con la coherencia, claridad, consistencia y transparencia, tanto de la información entregada a los ciudadanos acerca del avance de la pandemia y sus consecuencias, como de aquella vinculada a las medidas para paliar sus impactos negativos. Cuando esta información es errática y cambia de curso, incluso con medidas opuestas entre sí, o no es sólida y transparentemente basada en criterios científicos compartidos y validados, lo más probable es que la ciudadanía la deseche y tienda incluso a mantener comportamientos que pueden ser contrarios a los necesarios para la contención del virus.
Por lo tanto, comprender y actuar en la pandemia requiere de una mirada amplia que integre distintas perspectivas disciplinarias, y si bien el manejo de la pandemia misma puede y debe estar en manos de epidemiólogos y científicos que comprenden sus orígenes y especialmente su desarrollo y evolución futura, ello no basta si se espera que dichas medidas sanitarias tengan el efecto esperado en la población. Por ello, el aporte de las ciencias sociales y las ciencias del comportamiento resultan esenciales, especialmente para el logro de la adhesión social a las medidas de cuidado, y para comprender el efecto psicosocial presente y futuro del fenómeno en la población.
Bauman, Z. 2005. Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias. Barcelona: Paidós.
Brooks, S.; Webster, R.; Smith, L.; Woodland, S.; Wessely, S.; Greenberg, N.; Rubin, G. (2020). The psychological impact of quarantine and how to reduce it: rapid review of the evidence. www.thelancet.com Vol 395 March 14, 2020.
Dupuy, J. (1999). El pánico. Barcelona: Gedisa
Foucault, M. (2006). Seguridad, territorio y población (1977-1978). Fondo de cultura económica: Buenos Aires.
Joly, R. (1966). Le niveau de la science hippocratique, París.
Mbembe, A. (2003) Necropolitics. Public Culture. Duke University 15(1): 11–40