Un recorrido por las voces de escritoras latinoamericanas que se han sumergido en el terror y en ritos de sanación con elementos de la naturaleza. En el mes del libro, conversamos con la Dra. en Literatura Carolina Navarrete, investigadora asociada del ciclo de residencias Ecologías de Fuego. Un diálogo sobre constelaciones narrativas y géneros híbridos del presente.
Tierra comestible, purificación del dolor por medio de elementos de la naturaleza, corrientes de aire irrespirable que tiñen la atmósfera, emancipaciones colectivas elaboradas ante la crisis climática, los efectos del capitalismo y la revolución tecnológica. Las narradoras latinoamericanas han tejido mundos diversos, donde lo alterhumano –subjetividad alternativa a la autorepresentación de nuestra especie– se torna vital para narrar las patologías del presente.
Estas son algunas de las temáticas que nutren las exploraciones de la Dra. Carolina Navarrete, quien es directora del Centro Interdisciplinario de Investigación y Creación Artística de la Universidad de La Frontera (CIICA-UFRO)[1], co-organizador del ciclo de residencias Ecologías de fuego, donde participó como investigadora asociada, contexto en que dio a conocer indagaciones en torno a constelaciones literarias emergidas en la escritura de mujeres, en vínculo con la incertidumbre que enfrenta el planeta.
Fundación Mar Adentro: En algunas de tus investigaciones aparece el concepto de lo alterhumano[2], ¿cómo vinculas este término con narrativas contemporáneas que apelan a elementos de la naturaleza?
Carolina Navarrete: Cuando empecé a trabajar con narrativas del yo, con géneros autorreferenciales como la autoficción y la autobiografía, o con literatura documental escrita por mujeres, en particular, empecé a ver un patrón: referencias a elementos de la naturaleza, y no necesariamente paisajísticos, sino en relación con agenciamientos[3] femeninos que buscaban plantear problemáticas del patriarcado, de la justicia social, o del feminismo. Así, empecé a vislumbrar esto como una constante. Por ejemplo, hay un texto de la argentina Dolores Reyes, llamado Cometierra, donde la protagonista tiene un contacto especial con la tierra, narrada como un lugar que contiene una memoria relacionada con los desaparecidos y también con los feminicidios.
Por otro lado, emergen elementos como el fuego, presentes en autoras como Mariana Enríquez, quien despliega una función emancipatoria de resignificación en el potencial destructor del mismo. Encontramos también el aire, en escrituras como la de Fernanda Trías, quien en Mugre rosa relata cómo respirar puede provocar que se desprenda la piel, una trama que presenta similitudes con aquello que enfrentamos con el Covid. Existe también una línea de investigación basada en los hidrofeminismos; el agua está muy presente en la literatura escrita por mujeres.
Junto con la constante de los elementos, comencé a explorar nociones de lo posthumano[4] en la literatura latinoamericana escrita por mujeres, mirada presente en el libro Las voladoras de la ecuatoriana Mónica Ojeda, por ejemplo. Y también desde los enfoques teóricos y críticos en autoras como Rosi Bradotti o Donna Haraway; y los nuevos feminismos materialistas a partir de saberes situados para abordar aproximaciones no humanas y más que humanas; y entonces, apareció lo alterhumano, entendido como agenciamientos mutables así como las estrategias para “devenir con” los elementos: fuego, aire, agua y tierra, y con otras especies, con el mundo mineral, vegetal, animal, digital, etc.. Así, estamos trabajando este tema de investigación junto a dos académicos[5] con quienes nos adjudicamos recientemente un proyecto Fondecyt[6], donde como equipo de investigación¹, nos proponemos analizar la narrativa reciente (cuentos y novelas) de autoras latinoamericanas contemporáneas para proponer una tipología de lectura que pueda dar cuenta de los fundamentos del posthumanismo filosófico y crítico que redefinan los ámbitos y fronteras de determinación e indeterminación entre los seres humanos y el mundo en que estos habitan.
¹ Equipo conformado por dos co-investigadores (Coi) y por la Carolina Navarrete, quien figura como Investigadora Responsable (IR).
Al respecto, ¿qué arquetipos y exploraciones literarias se han construido a nivel latinoamericano particularmente en relación con el fuego?
He observado el fuego en diversos sentidos. Una de las dimensiones más presentes es la destrucción, pero en un sentido emancipatorio, como te mencionaba. Algo que he visto en libros como Los divagantes de Guadalupe Nettel, donde hay protagonistas que utilizan el fuego a través de la imaginación proyectada en sus familiares para destruir dinámicas tóxicas y comenzar desde la resiliencia, por ejemplo. Esto desde una perspectiva desesperada que encuentra en las llamas una purificación o un nuevo comienzo.
Por otro lado, en el caso de Mariana Enríquez, encontramos una intención metafórica donde el fuego ha sido utilizado para ejercer violencia contra las mujeres, y luego se emplea como agenciamiento de autonomía o como manifestación de denuncia ante el estereotipo de la belleza patriarcal o paradigmas provenientes de la misoginia, machismo o androcentrismo. Ahí donde emergen dinámicas tóxicas, manipuladoras, dañinas o violentas a nivel familiar y de pareja, ahí donde hay hastío y cansancio, el fuego permite construir nueva autonomía, emancipación y purificación.
Encontrar caminos de emancipación es central para imaginar el devenir de nuestra especie ¿Cuál es el rol de la literatura en el desarrollo de una sociedad capaz de encauzar un futuro de coexistencia ética?
Las patologías del presente que se están narrando literariamente son diversas, encontramos la crisis climática e injusticias sociales que se retroalimentan. La literatura contribuye a generar conciencia sobre estas realidades, alimentando la perspectiva de género y exponiendo las brechas. Quiero decir que permite imaginar escenarios. Una noticia, en cambio –al no entrar en el ámbito de la estética ni de la representación artística– no necesariamente abre una puerta a la imaginación o escenarios especulativos, pues remite a la realidad que obedece a un paradigma de transmisión de información. La literatura da ese salto para pensarnos en escenarios prospectivos y preguntarnos qué sucedería si todo se acaba. Por ejemplo, pienso en El ojo de bambi de Verónica Berger Bicecci, donde ella imagina un presente, pasado y futuro a partir de la elección de obras de arte, y narra de manera magistral escenarios catastróficos y crea nuevos significados sobre subjetividades y otros seres a los cuales no se les ha dado importancia históricamente.
En cuanto a alimentar la imaginación ¿qué posturas y lecturas ecofeministas[7] recomiendas para pensar problemáticas que atravesamos a nivel sociocultural?
Si bien hay muchas lecturas[8], me ha ayudado a reflexionar particularmente la trilogía de Braidotti que te mencionaba, sobre el conocimiento posthumano. Hay conceptos que se van generando en relación con los objetos[9], las nuevas materialidades, y hay un proceso de permanente co-construcción de terminologías. Ecosabidurías. Agua, aire, fuego y tierra: conocimientos y autoconocimientos, es uno de los libros relevantes en ese sentido[10]. También las perspectivas de los hidrofeminismos[11], que exploran los agenciamientos del agua y estimula nuevas formas de pensar. Hay mucha teoría desde el giro posthumano, pero también podemos abordarlo desde la tradición europea o norteamericana y de saberes locales, es decir, indagar en los conocimientos ancestrales. Es necesaria una mirada integradora del ecofeminismo para la creación de nuevas significaciones en permanente movimiento. No sabemos qué va a pasar mañana, pero la literatura ayuda a observar posibilidades desde distintos ángulos, uno de ellos es desde una lectura ecofeminista.
Retomando la búsqueda de patrones y la alusión que has hecho a esta idea popularizada por los medios de que hay un boom de escritoras ¿Qué otros tópicos o “constelaciones narrativas” están presentes a nivel literario actualmente en Latinoamérica?
Por un lado, no sé si necesariamente hay más mujeres que escriben o si han aumentado los lectores dispuestos a leer más a mujeres. Esto, de todas maneras, ayuda al posicionamiento feminista en la literatura. Ahora incluso hay librerías de autoras. Ha habido más reconocimiento, por ejemplo el premio Booker Prize entregado a Samanta Schweblin con Kentuckis o Distancia de rescate que habla de los peligros de los transgénicos. Transitamos desde la ciencia ficción de Frankenstein de Mary Shelley al suspenso, el terror, y el gótico andino en Latinoamérica. Las autoras latinoamericanas, además, han sabido volver a un ámbito de lo neofantástico como espacio desde donde expresarse. Exploran un terror que se puede vincular con lo político y ha sido interesante ubicar en esa constelación a varias autoras. Así, ha resurgido el género de terror de la mano de la justicia social, la tecnología, la crítica al patriarcado y la ecología, cuestiones planteadas socioecológicamente. Por otro lado, tenemos la autoficción de la memoria y posmemoria, con autoras como Nona Fernández en La dimensión desconocida, Lina Meruane en Sangre en el ojo, o Alia Trabucco, quienes hablan de fenómenos socioculturales desde las narrativas del yo[13].
También hay especies y reinos de la naturaleza eventualmente catalogados como menores a lo largo del tiempo ¿existe hoy entonces una intención de reposicionar la marginalidad en distintos contextos literarios?
Sí, y a eso agregaría que hoy es difícil hablar de géneros puros. Es complejo decir esta es una novela, porque el concepto definido tradicionalmente se tensiona cuando hoy encuentras en ella fotografías, pinturas, recetas de cocina, letras de canciones, cartas, etc.. Estamos frente a géneros literarios porosos o fronterizos, difíciles de delimitar.
Has sido parte de la residencia Ecologías de fuego a través del CIICA-UFRO, el cual diriges ¿Cómo ha sido esta experiencia de colaboración? ¿Qué aprendizajes han sido relevantes para las líneas de investigación del centro?
Ha sido una gran experiencia para seguir dando forma a las líneas de investigación de CIICA. Un eje fundamental ha sido la estética. Estamos en una universidad que no tiene carreras de arte propiamente tal, pero que sí está apostando por la estética, el patrimonio cultural, el arte, la ciencia y la tecnología en un cruce transdisciplinario. La inter, multi y transdisciplina, inserta en contextos de colaboración –como ha ocurrido en la residencia– permite vivir estas experiencias científicas con artistas, una mixtura que se abre hacia la sorpresa propia del arte. Esto es algo que estamos viendo y disfrutando.
Es interesante descubrir cómo se han configurado las áreas de trabajo en la fundación a través de las residencias. Hoy, la UFRO tiene unidades académicas como el Departamento de Lenguas, Literatura y Comunicación y la FECSH Facultad de Educación, Ciencias Sociales y Humanidades, a las cuales estoy adscrita, así como también una Vicerrectoría de Investigación y Posgrado, lugares donde se incorpora la creación artística y se le da énfasis a las humanidades, de manera que CIICA es un granito de arena para sumar al ámbito de creación en la universidad. Queremos marcar una diferencia ante una visión utilitarista del arte y relevar sus metodologías y líneas de investigación[15]. En este sentido, que una científica, miembro de la comunidad de nuestra casa de estudios –Valeria Palma–, fuera parte de este ciclo, ha sido una experiencia muy nutritiva.
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