[RESEÑA] Documentar la atrocidad. Resistir el terrorismo de Estado, de Oriana Bernasconi (ed.).
Reseña de María Olga Ruiz del libro Documentar la atrocidad. Resistir el terrorismo de Estado, de Oriana Bernasconi. Revista Estudios Públicos 175 (2024), 165-169. https://doi.org/10.38178/07183089/1346240124
El libro Documentar la atrocidad. Resistir el terrorismo de Estado, editado por Oriana Bernasconi, reúne trabajos de destacados investigado-res de las ciencias sociales y las humanidades, cuyo eje articulador es el análisis de los procesos de producción de conocimiento a partir de la denuncia, el registro y la documentación de los crímenes perpetrados por el terrorismo estatal en Chile.
Esta obra —organizada en nueve capítulos— tiene el valor de abordar desde una perspectiva diferente un tema que ha sido profusamente estudiado. La dictadura chilena y la violación sistemática de los derechos humanos han sido objeto de infinitas pesquisas y, por lo tanto, hacer preguntas novedosas —y encontrar buenas respuestas para ellas— es un primer logro de este trabajo colectivo. De este modo, Documentar la atrocidad nos viene a recordar que siempre se pueden formular nuevas interrogantes al pasado, en este caso, al pasado reciente, y que la historia nunca está cerrada a nuevas lecturas e interpretaciones.
El libro examina desde diferentes ángulos el acto político de docu-mentar las violaciones a los DDHH, poniendo atención a las actividades desarrolladas por el Comité Pro Paz y la Vicaría de la Solidaridad, en tanto comunidades epistémicas (y no, únicamente, en cuanto espacios de resistencia civil al régimen dictatorial). El texto pone en evidencia cómo esa tarea colectiva fue por tantos años invisibilizada y subestimada por parte de una comunidad académica e intelectual más atenta a los datos producidos que al proceso de producción de esa información.
Los autores ponen atención al contexto y a los modos de producción de ese conocimiento, a las urgencias que marcaron su desarrollo inicial, a las complejidades, tensiones y debates políticos que cruzaron su des-pliegue, valor y solidez epistemológica, a los riesgos que sus principales actores asumieron al llevar a cabo ese trabajo, al valor jurídico probatorio de esa información y a su aporte indiscutible para la justicia en los escena-rios posdictatoriales de Chile y sus países vecinos.
El libro editado por Oriana Bernasconi se hace cargo de la histori-cidad del trabajo de producción de conocimiento, identificando a sus protagonistas, relevando la complejidad de la tarea y destacando su valor político, jurídico y patrimonial. En este marco se examina la labor de do-cumentación desplegada por estos organismos y su importancia como estrategia de resistencia política: las prácticas de registro, la construcción de artefactos y tecnologías, la definición de procesos para resguardar y analizar ese material, la construcción de archivos y la definición de una verdad sobre el terrorismo de Estado que discutía la versión oficial de la dictadura. Tal labor fue desarrollada en contextos de emergencia y sin que existiese una tradición a la cual apelar. De este modo, fue una labor que ‘se inventó a sí misma’ para responder a las urgencias de los sectores represaliados. Se trataba de brindar orientación, asistencia social y emocional a quienes eran víctimas, y ello permitió aproximarse a esta realidad inédita para comprenderla, organizarla, documentarla, denunciarla. Más tarde y ya recuperada la democracia, ese acervo docu-mental serviría para la justicia, pero también para construir una verdad sobre los crímenes del Estado en un contexto en el que amplios sectores de la sociedad eran renuentes a aceptarlos, lo que se materializó en los llamados ‘informes de verdad’ que se alimentaron de esos registros.
Quiero detenerme en algunos puntos que señalan los autores. Primero, en el rol que jugaron los secuestrados en documentar el horror. Esa labor se realizó al interior de los propios centros clandestinos y cárceles para informar al exterior lo que estaba ocurriendo. Podríamos decir, entonces, que la construcción de lo que más tarde se constituye en un archivo comienza con ese gesto realizado por las víctimas mientras la violencia se desplegaba.
Esto —ya sabemos— ha ocurrido en otras latitudes y tiempos his-tóricos: en el gueto de Varsovia, en los gulags soviéticos y también en los campos de exterminio nazi. Didi-Huberman (2007) nos habla de la ‘escritura del desastre’ para referirse a los llamados rollos de Auschwitz, manuscritos de miembros del Sonderkommando que fueron encontrados bajo la tierra de Birkenau. Se trata, de acuerdo al historiador francés, de un archivo extremo que reúne los testimonios de quienes, sin ser aún reducidos al silencio total, vivieron de cerca el epicentro de la catás-trofe. De la lectura del presente libro podemos concluir que el trabajo realizado por el Comité Pro Paz y la Vicaría de la Solidaridad consistía precisamente en recoger esos vestigios, cuidarlos, analizarlos, organi-zarlos e interpretarlos para transformar, interpretar y hacer cognoscibles los crímenes de la dictadura. Al mismo tiempo, para responder a esa demanda urgente de las víctimas: señalar la verdad del horror.
En segundo lugar, hay que señalar que la historia de estos organis-mos no solo es la historia de la creación de un campo de conocimiento, sino también la historia de la resistencia civil a la dictadura. Como se señala en uno de los capítulos del libro, la Vicaría alteró el equilibrio de poder en un contexto de terrorismo de Estado, desestabilizó a la dictadura, lo que explica la virulencia con que fue atacado su personal y la avidez por robar sus archivos. Esos documentos fueron, de hecho, una amenaza real para el régimen. Lo anterior nos lleva nuevamente a poner en valor el heroísmo de las personas anónimas que realizaron ese trabajo cotidianamente, asumiendo toda clase de riesgos. Habitualmente usamos esa noción —heroísmo— para referirnos a otro tipo de prácticas y acciones, asociadas a una interpretación tradicional y conservadora que genéricamente lo vincula a acciones armadas y a enfrentamientos bélicos. Acá podemos hablar de un heroísmo civil que descansó en un trabajo cotidiano, muchas veces invisible: el entramado diario de la resis-tencia. Este libro pone en valor a los defensores de los derechos humanos que muchas veces fueron también, ellos mismos, víctimas de la misma violencia político-estatal que documentaban y denunciaban. Aun consi-derando las diferencias de los procesos históricos chileno y argentino, es relevante la reflexión que hace algunos años realizó Horacio Tarcus (2006-2007, 25):
La acción política que permitió desacreditar a la dictadura militar no provino de las organizaciones políticas sino de la sociedad civil; no fue el producto de la acción armada del combatiente heroico dispuesto a ‘vencer o morir’, sino el resultado de la acción ético-política de hombres y mujeres desarmados que reclamaban principios tan ‘burgueses’ como los ‘derechos humanos’. El símbolo del fin de la dictadura no fue el fusil, ni la tacuara, ni la estrella roja, sino el pañuelo blanco; no fue el desfile de las tropas rebeldes en traje verde olivo, sino la vuelta de las Madres en torno a la Plaza de Mayo. (Tarcus 2006-2007, 25)
A lo largo del libro se sostiene una convicción respecto del poder que tiene el registro, la documentación y la construcción de archivos no solo en la creación de un campo de conocimiento, sino en la capacidad de prevenir nuevas violencias estatales. Desde una perspectiva menos optimista y con la cual este libro puede debatir, la socióloga argentina Elizabeth Jelin y el historiador catalán Ricard Vinyes (2021) expresaron una mirada escéptica en relación a las virtudes democratizantes que se le asignan a la memoria, la que desde su perspectiva no previene de futuras violencias ni es garantía de una sociedad mejor. Las propie-dades preventivas de la memoria —dice Vinyes— son solo una ficción pedagógica (Jelin y Vinyes 2021). Esta reflexión es más que necesaria en un escenario nacional y latinoamericano en el que la democracia y el respeto a los derechos humanos parecen retroceder a pasos agigan-tados. No pocos sectores reivindican dictaduras de distinto signo, por lo que difícilmente podríamos llamarlos negacionistas puesto que, lejos de negar, celebran o justifican los crímenes del terrorismo estatal. Ello nos obliga a cuestionar la ilusión de un avance progresivo y lineal en materias de democracia y derechos humanos, y nos invita a realizar una reflexión profunda acerca de las condiciones que han hecho posible la añoranza de regímenes autoritarios.
A la luz de las reflexiones que realiza esta obra, parece evidente que, frente a estos nuevos autoritarismos, la respuesta no debiese ser la trinchera identitaria sino la lucha por recomponer formas, valores y hábitos democráticos en el marco de una suerte de alianza o pacto civili-zatorio que promueva una reconstitución ética y política de la sociedad. De ahí la necesidad de retomar la reflexión que Hannah Arendt (1974) desarrolla respecto de la promesa, en tanto precepto moral que surge de la voluntad de vivir junto a otros, en y desde la conciencia de la incer-tidumbre sobre el futuro. Como no podemos asegurar que los crímenes no volverán a repetirse, debemos hacer pactos sociales —promesas— que nos permitan vincularnos como integrantes de una comunidad herida. cuatro años de su publicación, Documentar la atrocidad. Resistir el terrorismo de Estado nos invita a pensar en cómo este conocimiento acumulado puede ser útil en nuestros tiempos de oscuridad. Al respecto, habría que considerar la experiencia del Equipo de Antropología Forense de la Argentina y su labor en la identificación de los estudiantes asesina-dos y desaparecidos en Ayotzinapa, México, hace apenas una década. Parece evidente la actualidad y vigencia de este tipo de saberes para las urgencias actuales. La desaparición forzada, la tortura, el secuestro de civiles y el cautiverio sexual son parte de nuestro presente latinoame-ricano y global, ya no solo con los Estados como únicos responsables de los crímenes. Nos enfrentamos a violencias de distinto signo que se entrecruzan y muchas veces se retroalimentan, dejando a la sociedad civil bajo fuego cruzado. Después de leer el libro aquí comentado, la pregunta parece ser la siguiente: ¿cómo nos hacemos cargo de estas vio-lencias y sus miles de víctimas hoy en día?
Jürgen Habermas (1998) denominó Aufarbeitung a aquellos procesos de autoentendimiento ético-político que los pueblos deben desarrollar acerca de su pasado conflictivo, estableciendo que es necesario hacerle frente para luego aclararlo y asumirlo colectivamente. Siguiendo este razonamiento, los procesos de autoentendimiento deben desplegarse en aquellas comunidades que comparten un pasado violento, favoreciendo un ejercicio de autocuestionamiento respecto de las responsabilidades morales y políticas colectivas. Ese trabajo no puede realizarse sin el acervo documental construido por los organismos de derechos humanos, expe-riencia que este libro explora en profundidad.
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